Oficialmente no tienen nombre ni nacionalidad, por lo que muchos no podrán ir al colegio, recibir asistencia médica o sacar un pasaporte. Son los 230 millones de niños que vinieron al mundo sin que sus padres nunca los registraran. En su 67 aniversario, Unicef ha redoblado su campaña para aumentar el registro de todos los niños que nacen en el mundo.
A nivel estadístico es vital para que las organizaciones internacionales y los gobiernos de sus países puedan ocuparse de ellos, pero la gama de consecuencias prácticas que afectarán a estos niños a medida que vayan creciendo también aumentará. En los países en guerra podrán ser reclutados como soldados a pesar de ser niños, si a los reclutadores les conviene. Y si cometen un delito en la adolescencia, las autoridades preferirán juzgarlos como adultos con penas más duras que las que corresponderían a su edad.
A pesar de todos los esfuerzos internacionales, sólo el 60% de los niños nacidos el año pasados fueron registrados apropiadamente. Casi el 60% del 40% restante se encuentra en Asia, donde India se lleva la palma, a pesar de ser una de las economías que más crecen en el mundo. En el país donde existen más teléfonos móviles que retretes, uno de cada tres niños menores de cinco años no está registrado.
Trabas burocráticas
A Asia le acompaña en esta triste estadística el Africa subsahariana, donde se encuentran los niveles más bajos de registros de nacimiento de todo el continente. A menudo las largas distancias que tendrían que recorrer los padres para inscribir al bebé son las responsables de su vacío legal, pero no es la única de las trabas que sufren estos y otros países del mundo. En Zambia, el proceso puede llevar meses y obligará a los padres ha hacer el recorrido dos veces. En Nueva Guinea sólo existe una oficina para ese proceso, que atiende a siete millones de habitantes repartidos en casi medio millón de kilómetros cuadrados y 600 islas. En Liberia, si no se hace en los primeros 14 días los padres tendrán que pagar una multa de 50 dólares, que viene a ser una fortuna en el país, por lo que más que incentivar el registro expedito lo desmotiva. En Gambia es aún peor, porque el padre puede ir a la cárcel si no registra al bebé. En Bhutan sólo lo puede hacer el padre, por lo que los hijos de las madres solteras no existen legalmente. En Nicaragua hará falta estar casado, salvo que el padre ni siquiera figure en el registro, al igual que en Indonesia, donde habrá que presentar el certificado de matrimonio.
Contra todas estas trabas lucha Unicef para sacar a estos cientos de millones de niños de la sombra, con algunos éxitos notables. Latinoamérica ha dado el salto con Brasil a la cabeza, donde los esfuerzos de Lula por luchar contra la pobreza también han logrado que en la década transcurrida entre 2000 y 2011 se pasara del 64% al 93% de niños registrados, con una meta actual del 95%. Sólo Sudáfrica y Turquía pueden presumir de avances parecidos y, sin embargo, en todos los países las minorías se quedan atrás. La batalla para que todos los niños cuenten tiene aún mucho por recorrer.
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