Me vais a permitir que comparta con vosotros esta reflexión. Ya sé que normalmente comparto cuestiones de la vida de las comunidades de Phasuk y Hanjai, pero hoy me gustaría hacer esta reflexión que tiene que ver con el ser misionero.
Sé que mucha gente tiene una consideración hacia los misioneros, a mi parecer, excesiva. Algunos de los argumentos que dan para esta alta consideración es que son personas que “han renunciado a muchas cosas (y no se trata sólo de las materiales)”, “que están siempre al lado de los más pobres”, “que salen de su país…”, etc., etc. Pues bien, un par de puntualizaciones antes de seguir con el tema. Primero, cuando una persona sigue una vocación sabe que lo que va a “conseguir” es siempre mayor de lo que deja, porque ¿quién no deja lo que haga falta para ser feliz? Así que un misionero nunca verá lo que ha dejado, sino lo que ha recibido. La segunda puntualización tiene que ver con las generalizaciones, que siempre son peligrosas. Ni todos los misioneros están con los pobres, ni sufrimos tanto como la gente piensa, ni nos mostramos tan disponibles a la misión… Me quedo con este punto y retomo así la reflexión que inicié y que tiene que ver con el título de este artículo.
Desde la llamada (vocación) hasta la aceptación de esa llamada, siempre hay, o al menos debería haber, un periodo de discernimiento. Es un tiempo de madurar lo que la persona ha sentido y la llamada que ha recibido. Se contrasta, se consulta, si dialoga y se ora. Este periodo no es igual de largo en todas las personas, hay gente que lo ve enseguida con claridad y responde y otros que necesitan más tiempo para estar seguros. Lo importante es que lo haya y que se haga seria y conscientemente. Toda decisión precipitada, y más si tiene que ver con la vida, entraña un alto riesgo. Una vocación madurada es mucho más “rica” que una llamada que aún no ha “caído del árbol”.
Yo he de reconocer que soy de los que necesito tiempo para tomar cualquier decisión importante. Necesito consultar, contrastar y orar…, y volver a contrastarlo y seguir orando. En mi caso tengo que ver con bastante claridad lo que se me está pidiendo antes de aceptarlo. Tal vez por eso estuvo un par de años discerniendo lo que el Señor me pedía antes de entrar en el Seminario (y después me di cuenta que el tiempo del Seminario era para seguir discerniendo; aún no había acabado el asunto). Hay gente que pregunta, ¿qué fue antes, la vocación sacerdotal o la misionera? Yo sólo puedo responder por mí y decir que ambas revoloteaban dentro de mí desde hacía mucho tiempo y a ambas las cuidé y alimenté durante el Seminario para un día recogerlas bien maduras.
Pero como esta reflexión tiene más que ver con la vocación misionera, me centraré en ella. La misión es atrayente, desde luego, y a un niño es fácil que se le llene la cabeza con las apasionantes historias de misioneros y de esos lugares donde están. Suena a aventura y eso siempre atrae. Pero los sueños de los niños han de madurar y desmitologizar todo lo que excede la realidad, es duro, pero necesario. Después irán cayendo, con el tiempo y el discernimiento, las capas de los prejuicios, de las ideas erróneas, de los planteamientos equivocados, de las motivaciones distorsionadas… En esto ayuda mucho una formación continúa y un seguimiento constante, que en mi caso, en gran parte, fue gracias al IEME.
El Instituto Español de Misiones Extranjeras (IEME) fue creado para abrir la posibilidad al clero diocesano español de discernir y desarrollar la vocación específica de la vocación ad gentes. Como clero diocesano nos asociamos para trabajar juntos en los lugares de misión que se nos proponen. Todo ello contando con el permiso de los respectivos obispos de nuestras diócesis de origen. Por lo que, al no ser religiosos, no hay superior que nos mande ir a tal sitio y nosotros obedezcamos sin rechistar. En nuestro caso, se nos propone los lugares, pero al final uno decide dónde va, siempre con el visto bueno de su obispo. Y aquí entramos en otro tema importante: La disponibilidad. La disponibilidad y las motivaciones personales son proporcionales, es decir, a mayor número de motivaciones personales, menor disponibilidad. Siempre es fácil partir de una falsa disponibilidad, pero a la hora de la verdad afloran las motivaciones particulares y la máscara desaparece.
Voy a ilustraros todo lo que he expuesto con una historia real. Yo tenía bastante claro mi vocación misionera y con el permiso de mi Obispo de Santander inicié en el IEME la formación específica para la misión. Estaba dispuesto a ir donde me pidieran, pero en el fondo de mí estaban mis motivaciones personales alimentadas con una serie de justificaciones razonables. Así es como, poco a poco y de forma muy sutil, fui reduciendo mi disponibilidad al marco que mis motivaciones dictaban. Y fui encontrando las justificaciones necesarias: Aquí no porque soy nulo para los idiomas, aquí no que nunca he oído nada de ese lugar, allí tampoco porque “no me veo” (vaya una justificación, ¿no?, pero puestos a darlas…). Llegó el día de la propuesta y esta fue: Tailandia.
Todo lo contrario a lo que “yo” pensaba. Y como hacía otras veces, antes de responder, lo consulté, contrasté y oré. Y todo, todo, todo, apuntaba a que debía ir. Pero a mí no me acababa de convencer y trataba de buscar algo para que me diera la razón para no ir. Finalmente, en un momento de oración me vino esta palabra que me marcó profundamente y que liberó mi disponibilidad del marco de las motivaciones personales. Esta palabra fue un cuestionamiento personal: ¿Dónde debes ir, donde tú quieres ir o donde hace falta que vayas? Y es que Dios, puesto a hablar claro, no se corta. Esto creó en mí la convicción de que cuando uno va movido por las motivaciones personales es fácil que acabe mal la cosa, pero en cambio, cuando se sigue una llamada sin restricciones, tienes muchísimas posibilidades de ser feliz.
Y ahora me dirijo a ti, amigo que te planteas la vocación misionera ad gentes. Libérate de tus motivaciones personales por la misión: “Quiero ir allí porque hay un amigo”, “yo voy a un sitio donde pueda dar todo lo que tengo”, “yo con los pobres”, “allí donde pueda empezar a trabajar inmediatamente”, “siempre me ha gustado ese país”… Ten cuidado y no confundas vocación misionera con autorrealización personal. Esto se sabe cuando no eres tú el que eliges, sino cuando eres elegido y aceptas la elección con libertad. Dios nunca se equivoca cuando elige, pero nosotros si podemos. Y para los temores que te puedan surgir te dejo esta “pomadita” de unos amigos: “Dios no llama a los más capaces, sino que capacita a los que llama”.
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