"Indagar en la naturaleza del propio sí mismo de uno,
que está en la esclavitud,
y realizar la verdadera naturaleza de uno,
es la liberación"
RAMANA MAHARSHI
Al sur de la India, cerca de un pequeño pueblecito llamado Tiruvannamalai, se levanta la sagrada colina roja, Arunachala, el núcleo del mundo, el secreto y sagrado centro del corazón de Shiva. Se dice que esta montaña, constituida por roca volcánica y arcilla roja, se originó en tiempos remotos, contemporáneamente a la formación de la corteza terrestre .
Existen muchas leyendas en torno a los lugares sagrados del planeta, muchos mitos que cuentan como los dioses eligieron éste o aquél lugar para manifestarse, para habitar en él, para, de alguna forma, sacralizarlo. La montaña, igual que la pirámide o que la postura del loto, se representa con el símbolo universal del triángulo: su cumbre es el lugar de la tierra más cercano al cielo mientras que su base es la parte del cielo que primero encuentra la tierra; representa el proceso que va de la unidad a la multiplicidad y viceversa.
Arunachala es el lugar elegido por Shiva, uno de los principales dioses del hinduismo, para morar en él como el Ser Perfecto. Shiva, el dios de la destrucción pero también de la regeneración. Shiva, el Señor del Yoga, el que trasciende la naturaleza ilusoria de la realidad. Shiva, este gran dios que decreta, según los Puranas, que vivir cerca de la sagrada colina roja "basta para hacer desaparecer todos los defectos y unir a un hombre con el Espíritu Supremo" .
En 1896, uno de los más grandes hombres santos de la India, abandonó su casa, su familia y sus amigos para trasladarse a Arunachala. Ramana Maharshi, este hombre santo que sería después conocido como "maestro del silencio", sintió la llamada de la colina y, sin poder resistirse a ella, partió para instalarse en su falda donde viviría hasta el día de su muerte. Para Ramana la colina era una gran transformadora de vidas, con efectos misteriosos que escapan a la comprensión humana y silencios que penetran en el alma para cambiar los corazones. Una columna de luz era, para Ramana Maharshi, la colina de Arunachala.
La historia de este sabio hindú comienza el 29 de diciembre de 1879 en el pequeño pueblo de Tirushuzhi, situado en Tamil Nadu, provincia del sur de la India. Hijo de un abogado de provincias llamado Sundaram Ayyar y de su esposa Alagammal, al nacer recibió el nombre de Venkataraman. Su infancia fue la de cualquier niño indio de clase media hasta que murió su padre y tanto él como sus tres hermanos fueron a vivir con su tío paterno en la cercana ciudad de Madura. Allí, Venkataraman fue a la Escuela Media y más tarde a la Escuela Superior, destacando por su extraordinaria memoria. Algo que también llamaba la atención era que tenía un sueño más profundo de lo normal.
Poco antes de cumplir los diecisiete años, dos sucesos importantes marcarían al joven Venkataraman: un pariente que regresaba de Arunachala le contó su experiencia y, además, comenzó a leer el relato de la vida de los setenta y tres santos tamiles. Estos dos hechos comenzaron a despertar su deseo de meditación para tratar de alcanzar la unión divina. Pocos meses después, sin mediar esfuerzo o preparación, tuvo lugar el gran cambio en la vida de Venkataraman. Él lo describió de la siguiente manera: "El gran cambio en mi vida tuvo lugar alrededor de seis semanas antes de que abandonara Madura para siempre. Fue algo muy súbito. Estaba sentado solo en una habitación en el primer piso de la casa de mi tío. Rara vez estaba enfermo, y ese día me sentía en perfecta salud, pero de súbito me sobrecogió un violento miedo a la muerte. Nada en el estado de mi salud daba razón de este hecho, ni tampoco traté de hallar alguna razón o de buscar la causa de ese temor. Sólo sentí "voy a morirme" y pensé qué podía hacer en esta situación. No se me ocurrió consultar a un médico o a mis mayores o a amigos; sentí que debía resolver el problema yo mismo, allí mismo. El choque del miedo a la muerte hizo que me interiorizase y me dije mentalmente, sin formar en realidad las palabras: "Ahora la muerte ha llegado; ¿qué significa esto? ¿Qué es lo que se muere? Este cuerpo muere". Y en seguida dramaticé el suceso de la muerte. Yacía con los miembros extendidos y rígidos como si el rigor mortis ya estuviese establecido e imité un cadáver para prestar más realidad a mi indagación. Retuve el aliento y mantuve los labios fuertemente cerrados para que no se escapase sonido alguno, de modo que no pudiera proferir ni la palabra "yo" ni ninguna otra palabra. "Pues bien" me dije, "este cuerpo está muerto. Será llevado al campo de cremación y allí lo cremarán y lo reducirán a cenizas. Pero con la muerte de mi cuerpo ¿acaso estoy yo muerto? ¿Soy yo el cuerpo? Está silencioso e inerte pero siento la plena fuerza de mi personalidad y hasta la voz del "yo" dentro de mí, separada de mí. Así yo soy Espíritu que trasciende el cuerpo. El cuerpo muere pero el Espíritu que lo trasciende no puede ser tocado por la muerte. Esto significa que soy un Espíritu inmortal". Todo esto no era un vano pensamiento; me atravesó resplandeciendo con tan vívido fulgor como una verdad viviente que se percibe directamente, casi sin proceso de pensamiento. "Yo" era algo muy real, la única cosa real en mi estado presente, y toda la actividad consciente que se relacionaba con mi cuerpo estaba concentrada en ese "yo". Desde ese momento, el "yo" o atman centraba la atención sobre sí mismo mediante una poderosa fascinación. El temor a la muerte había desaparecido de una vez por todas. La absorción en el atman prosiguió sin interrupción alguna desde ese momento. Otros pensamientos podían venir e irse como las variadas notas de una música, pero el "yo" continuaba como la nota fundamental sruti que subyace a todas las demás notas y se mezcla con ellas. Sea que el cuerpo estuviese ocupado en charlar, en leer o en cualquier otra cosa, siempre seguía centrado sobre el "yo". Antes de esa crisis no tenía una clara percepción de mi atman y no estaba conscientemente atraído por él. No sentía interés perceptible o directo en él, mucho menos la inclinación de morar permanentemente en él" .
A partir de este momento, cambiaron los valores y los hábitos de Venkataraman que dejó de sentir interés por la escuela y sólo se dedicaba a la meditación y a la oración. Pronto comenzaron las críticas familiares hacia su nueva actitud hasta que, dejando una sencilla carta de despedida para su familia, Ramana partió hacia Arunachala.
Tras su partida, el Maharshi pasó los primeros años meditando en templos y cavernas, buscando el silencio en un intento de purificarse y desapegarse. Poco a poco, su fama fue creciendo y comenzaron a surgir discípulos y personas que deseaban, simplemente, postrarse ante él. En 1922, a los pies de la sagrada colina roja comenzó a construirse el Ramanashram que sería la morada del sabio hasta su muerte, el 14 de abril de 1950. Allí llevó una existencia sencilla, en contacto con la naturaleza y con todas aquellas personas que, día a día, acudían a visitarle.
Ramana Maharshi insistía a sus discípulos en la práctica de la meditación, el silencio y el desapego. Aprobaba todos los métodos yóguicos pero, para él, era fundamental el "vichara" o conocimiento del yo. A cuantos le visitaban para aprender su doctrina les instaba a preguntarse "¿quién soy yo?", a meditar sobre esta cuestión que él consideraba clave para descubrir la verdadera naturaleza del ser y alcanzar, así, la liberación.
La presencia silenciosa de Ramana Maharshi, cuyos penetrantes ojos recordaban que no había que pensar sino dejar de pensar, podía, por sí misma, llevar a sus discípulos a la iluminación. "Conócete a ti mismo y descubrirás que la auténtica naturaleza del hombre es la felicidad". Muchas de las personas que acudieron a Arunachala, atraídas por su santidad, hablaron después de cómo la mirada del Maharshi, o Gran Sabio, les había conmovido hasta las lágrimas. "La iniciación por la mirada era algo muy real. Sri Bhagavan se volvía a veces hacia un devoto y fijaba su mirada con gran intensidad en él. La luminosidad, el poder de sus ojos penetraba en su interlocutor eliminando el proceso-pensamiento. A veces era como si una corriente eléctrica pasara por nuestro cuerpo, y entonces nos inundaba una gran paz, un haz de luz" .
Uno de los discípulos occidentales de Ramana fue el filósofo orientalista Paul Brunton que convivió varias semanas en el ashram y plasmó, después, dicha experiencia en su libro La India secreta; en él explica como la personalidad del Maharishee inundó su alma de una misteriosa paz y cómo el sabio le impulsó a investigar sobre su propia esencia por medio de la pregunta "¿quién es usted?": "Puede encontrarse la luz mediante profundas reflexiones sobre la naturaleza del yo y la meditación constante" . Brunton narra como la mirada de Ramana entró en la profundidad de su alma y supo que sus pensamientos, emociones y deseos eran penetrados por ella hasta que ambas almas se unieron definitivamente. El tiempo se detiene. El corazón se alivia. El silencio los envuelve. Su cuerpo desaparece. Brunton se despide agradecido, emocionado, conmovido.
Ramana Maharshi murió en Arunachala el 14 de abril de 1950 pero su mirada sigue mágicamente viva en la colina. Asciendes hasta donde se encontraba la celda del sabio y encuentras, en la cima, allí donde se unen el cielo y la tierra, una pequeña sala de meditación. El incienso y la fotografía del Maharshi, cuyos ojos presiden la estancia, llega a conmover el alma, haciéndote sentir que, verdaderamente, es posible alcanzar esa anhelada unión divina. Meditar frente a su imagen lleva al yogui a profundidades desconocidas e insospechadas. Finalmente, cuando los rayos del último sol del atardecer son rojos como la sangre, el descenso de la ladera de Arunachala te regala un inesperado encuentro con cientos de yoguis que, en el silencio de la postura del loto, tratan también de buscar ese silencio y esa paz de la que hablaron los santos indios.
¿Es Arunachala o es Ramana Maharshi? Hoy no se puede ya separar a uno de otro. La montaña guarda el corazón del santo. El santo observa desde las profundidades de la montaña. Una mirada que une a un hombre y a una colina. Una sola mirada, la de Ramana Maharshi, la mirada profunda de Arunachala.
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